Propiedades terapéuticas y medicinales atribuidas a la cebolla
Desde tiempos remotos son conocidas las virtudes curativas de la cebolla. En Grecia, las cebollas y los ajos eran considerados como los medicamentos más “heroicos”. Pitágoras escribió un libro de gran volumen sobre las propiedades medicinales de este bulbo. Otro abogado de la cebolla fue Teofrasto, naturalista y moralista contemporáneo de Aristóteles; entre las numerosas obras escritas por él figuran las que exaltan el valor de la cebolla. Galeno, uno de los más afamados médicos romanos, recomendaba aplicar el jugo de cebolla mezclado con aceite directamente en el oído para combatir la sordera. El naturalista Plinio abogaba por el poder curativo de la cebolla para aclarar la vista.
En el siglo I, el físico indio Charaka afirmó que la cebolla, al igual que el ajo, actuaba como un tónico del corazón. Hoy en día está demostrado que el consumo de cebollas disminuye el riesgo de contraer diversas enfermedades, incluidas las coronarias. Existen múltiples trabajos que recopilan las propiedades terapéuticas de la cebolla, entre los que se encuentran los realizados por Augusti (1996), Barry (1987), Havey (1999) y Rose et al. (2005).
Como ya se ha indicado, los compuestos sulfurados, que se encuentran en cantidades importantes en la cebolla, tienen actividad antioxidante (Yang et al., 1993; Yin y Cheng, 1998), reducen el colesterol (Bakhsh y Khan, 1990) y tienen una actividad antiagregante plaquetaria, impidiendo la formación de trombos (Ariga et al., 1981; Block et al., 1984; Lawson et al., 1992; Goldman et al., 1995; Bordia et al., 1996). Esta última propiedad es importante para la prevención de enfermedades cardiovasculares debido a que previene la formación de coágulos en la sangre, una de las causas más importantes de los ataques de corazón y las apoplejías. A este respecto, cabe señalar que la actividad anticoagulante de la cebolla depende del ambiente de cultivo. Goldman et al. (1996) demostraron que el cultivo de cebolla en presencia de altos contenidos de azufre produce un incremento en el picor así como en su actividad anticoagulante. Esto significa que los suelos con contenidos en azufre altos o medios producen bulbos picantes que tienden a mostrar una mayor actividad anticoagulante. Debido a que muchos consumidores rechazan el consumo en fresco de cebollas con un alto nivel de picor, un objetivo de la mejora de la especie sería conocer cómo se controlan ambos caracteres y si pueden ser seleccionados independientemente (Havey, 1999).
Se ha correlacionado el alto consumo de frutas y hortalizas con una reducción de algunas enfermedades cancerígenas (Block, 1992). En concreto, la evaluación del consumo de especies del género Allium (particularmente ajo y cebolla) ha demostrado su efecto protector frente a varias enfermedades cancerígenas (Bianchini y Vainio, 2001; Rose et al., 2005). Esta propiedad se debe a que los compuestos sulfurados que contiene la cebolla ejercen un efecto protector en el inicio de la carcinogénesis a través de un proceso de modulación enzimática en el metabolismo de las sustancias cancerígenas. Diferentes estudios han mostrado un efecto protector frente al cáncer de esófago y estómago (Gao et al., 1999) así como una reducción del riesgo de cáncer de próstata (Hsing. et al., 2002) y cáncer cerebral (Hu et al., 1999).
Componentes derivados de la cebolla han mostrado poseer actividad antiasmática. La capacidad antiasmática y antiinflamatoria de las cebollas se debe en parte a la presencia de tiosulfinatos. El mecanismo de acción parece estar relacionado con una inhibición en la síntesis de ciclooxigenasa y lipooxigenasa, enzimas que participan en el metabolismo de compuestos que inducen obstrucción bronquial. Debido a que actúa sobre las vías respiratorias mejorando la expectoración, el consumo de cebolla resulta beneficioso para las afecciones respiratorias como catarros y bronquitis (Augusti, 1996).
Por su bajo aporte calórico, en dietas para el control de peso la cebolla puede ser incluida como acompañamiento de cualquier plato. Además, gracias a su elevado contenido en fibra, la cebolla aporta sensación de saciedad y mejora el tránsito intestinal. Por su bajo contenido en sodio y alto aporte de potasio, favorece la eliminación del exceso de líquidos, convirtiéndola en un alimento diurético y depurativo. Este efecto resulta beneficioso en caso de hiperurecemia y gota, cálculos renales, hipertensión e hidropesía. Con el aumento de la producción de orina se eliminan líquidos y sustancias de desecho disueltas en la orina como ácido úrico, urea, etc.
Es un alimento a tener en cuenta en la alimentación de la mujer embarazada gracias a su contenido en folatos. Éstos son importantes a la hora de asegurar el correcto desarrollo del tubo neural del feto, sobre todo en las primeras semanas de gestación. Los requerimientos de folatos son superiores también en los niños en edad de crecimiento, por lo que también es conveniente el consumo de cebolla en edades tempranas. A este respecto hay que considerar que los folatos son termolábiles, destruyéndose tras una cocción prolongada (más de 15 minutos).
Estudios realizados con ratones, parecen demostrar, según investigaciones efectuadas en Suiza, como la ingesta diaria de este alimento favorece el desarrollo del tejido óseo, disminuyendo hasta en un 20% la osteoporosis (Muhlbauer y Li, 1999).
La cebolla cruda ejerce un potente efecto antifúngico y antibacteriano. Se ha observado efecto antimicrobiano de la alicina frente a bacterias tanto gram negativas como gram positivas, incluso a diluciones homeopáticas 1:100.000. Estos compuestos han sido utilizados para tratar casos de disentería en África. Otros compuestos se han utilizado para tratar infecciones virales y de meningitis en China. También se ha determinado actividad antifúngica de algunos compuestos inhibiendo el crecimiento de Aspergillus niger, Candida albicans, Paracoccidioides brasiliensis y varias especies de Fusarium (Rose et al., 2005).
Fuente: CITA (Centro de Investigación y Técnología Agroalimentaria de Aragón).